Nuestro Señor Jesucristo usa dos ilustraciones para enseñar a quienes pretenden seguirle, que si no están dispuestos a pagar el precio que esto supone, deben volver sino quieren ser expuestos al escarnio. Suele pasar que alguno comienza su carrera cristiana, pero luego la abandona con mucho perjuicio de su alma.
En su alegoría, Juan Bunyan, autor de de la joya de la literatura cristiana «El Progreso del Peregrino» presenta a muchos personajes. Uno de los personajes de la historia, es el peregrino, llamado Cristiano. Apenas Cristiano inicia su carrera y sale huyendo de la Ciudad de Destrucción gritando «¡Vida, vida, vida eterna!» dejando incluso a su familia que reniega de Dios, aparece un personaje que se compadece de él, y empieza a seguirle y a hacerle preguntas sobre aquel Reino que se promete a los que creen y perseveran hasta el fin. Su nombre es Flexible.
Cristiano le comparte a Flexible lo poco que sabe sobre esa Ciudad, y mientras van conversando por el camino a Sión, ambos sin darse cuenta caen en un pantano, llamado de la «Desesperanza». Tan pronto como ambos caen en este lodazal, Flexible se decpciona del viaje, y reprochándole a Cristiano que, «Si así es el inicio, no quiero pensar como será el resto del camino», se regresa a la Ciudad de Destrucción, donde no ha terminado de llegar, y los impíos pobladores del pueblo se burlan crualmente y le escarnecen, por haber comenzado a caminar, y no haber podido continuar.
Lo que te acabo decir, es tal cual lo recuerdo, sin embargo, te recomiendo hacer tu propia lectura de la alegoría, de seguro será de una gran bendición a tu vida. Pero, ¿por qué hago mención de ella? Porque justamente, es lo que el Señor Jesús desea enseñar a quienes insisten en seguirle, sin pensar bien lo que están haciendo, y las serias implicaciones que supone.
La primera ilustración que usa, es la de una construcción. La segunda, la de un conato de guerra, o conflicto bélico. Los que conocen de construcción saben que para edificar una torre, primero deben hacer cálculos, hacer un presupuesto, y considerar los imprevistos. Una constructora no comienza un edificio para luego dejarlo a medias. Todos alguna vez hemos visto como aquellos que comienzan a hacer algo, y luego no pueden acabarlo, son victimas, tristemente, de burlas de gente indolente.
Lucas el evangelista narra las palabras de Jesucristo, que antes de colocar el cimiento, antes de dar el primer paso debe calcular bien y pensar bien, porque si después de haber comenzado, no puede terminar, harán burla de él. Luego habla de la guerra. ¿Puede un rey con un ejercito de 10 mil, enfrentar a un ejercito de 20 mil? Esto amerita pensar, meditar. El Arte de la Guerra enseña un principio fundamental: «No pelees una batalla que no puedas ganar». Esto, significa, buscar la paz con un ejercito más poderoso, en lugar de exponer cientos de vidas de soldados en una guerra que se sabe perdida.
Ahora, ¿qué quiere decir todo esto, y qué tiene que ver con el discipulado? Vean bien, el Hijo de Dios se vuelve a las multitudes, y les dice:
«Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre,
Y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas,
Y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.»
y más adelante dice:
«Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí,
No puede ser mi discípulo.» (1)
He aquí el llamado radical de Jesús a todo aquel que quiere ir en pos de Él. Es como si dijera: «Si tu quieres seguirme, debes amamarme más que a cualquier persona o cosa en esta vida, e incluso debes tomar tu cruz, y estar dispuesto a morir por mí.» ¿Estás dispuesto a esto? ¿Has calculado los gastos?, ¿Has meditado si puedes enfrentar lo que se te viene encima? (1) San Lucas, 14, 25-33
Si, contrario a lo que quizá muchos piensan, al menos en este pasaje, el Señor Jesús está desanimando a las multitudes a seguirle y derribando falsas espectativas, haciendoles ver lo que San Mateo también expresa de manera paralela:
«No penséis que he venido para traer paz a la tierra;
No he venido para traer paz, sino espada.
Porque he venido para poner en disensión al
Hombre contra su padre, a la hija contra su madre,
Y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre
Serán los de su casa.» (2) (2) San Mateo 10,34-39
Lo que le espera a un hombre o mujer que decidan seguir radicalmente a Jesús, es guerra, es enemistad, no una enemistad que estamos buscando, es la enemistad que reciben y deben sufrir los que han sido marcados con la Cruz, enemistad incluso de aquellos que son de la misma casa. ¿Estás dispuesto a esto? ¿estás dispuesto a la guerra que se te viene encima por causa de tu amor radical a Jesucristo? El Señor antes de llamarte a seguir en este camino, te pregunta: ¿lo has pensado bien? Ya podrás entender por qué me resulta tan repulsiva la falsa teología de la prosperidad. Venir a Cristo no significa que la tensión y los conflictos acabarán, la verdad es todo lo contrario. ¿Estás dispuesto a seguirle aún?
Estas palabras de nuestro Señor son increiblemente francas. ¿Cómo puede ser que el Hijo de Dios diga esto, y desanime a la gente a seguirle? Es sencillo, él no quiere seguidores que solo le buscan para recibir sanidades y alimentos y a multitudes con falsas espectativas. A unos que le seguían, el Señor les dijo que ni tenía siquiera donde recostar su cabeza para dormir, no tenía nada, siendo el Creador del Universo, no porque no pudiera tenerlo todo, sino porque nos quiso dejar ejemplo. Cristo quiere discípulos, hombres y mujeres dispuestos a terminar lo que empezaron, a seguir edificando la torre hasta el final, cristianos comprometidos hasta los tuetanos, listos para servir y pelear la buena batalla de la fe con Cristo como Capitán hasta la sangre.
Si tu no estás dispuesto a despreciar incluso tu vida misma, no eres digno de Cristo. Si colocas tu mano en el harado y miras atrás, no eres digno, no sigas al Maestro, porque tarde o temprano harán burla de ti, porque empezaste a edificar, y no pudiste acabar, porque fuiste a la guerra sabiendo que no podías enfrentar a un ejercito más poderoso que tu, pero tu orgullo y presunción te llevaron a la ruina.
Finalmente, aunque estas palabras son duras, debemos tomarlas con alegría, porque solo aquellos que aman a Dios de todo su corazón podrán colocar la mano en el arado, y seguirle sin mirar atrás. Las cosas que poseemos en esta vida pasarán, pero Cristo queda para siempre. Un verdadero discípulo no verá una carga en esto, sino un desafío a vivir el amor radical de Dios hasta el final, recordando las palabras de nuestro glorioso Señor y Salvador, Jesucristo:
«Así, pues, cualquiera de vosotros que no
renuncia a todo lo que posee, no
puede ser mi discípulo.»
Fares Palacios
Pastor. Teólogo protestante conservador.