¿No son todas las religiones esencialmente iguales?

Existe una antigua y bien conocida fábula- de origen budista o jainista- que se ha usado a través de los siglos para ilustrar una supuesta verdad fundamental sobre las religiones mundiales. Varios ciegos fueron llevados al patio de un rajá (rey), donde se encontraron con un elefante. Uno palpó un colmillo y llegó a la conclusión de que los elefantes son como las lanzas. Otro tocó una pata y y creyó que los elefantes son como los árboles. Uno chocó con el costado del animal y pensó que parecía una pared. Y así los demás. El rajá escuchó lo hablado, salió al balcón y les dijo a los ciegos que cada uno de ellos solo se había topado con una parte pequeña de un magnífico conjunto.

La lección por analogía es que las distintas tradiciones religiosas del mundo consideran solo un aspecto particular de la realidad y tienen una visión parcial del concepto completo , pero todas tocan la misma verdad esencial.

Es sencillo ver lo atractivo que resulta este enfoque unificador a la amplia gama de creencias religiosas. Después de todo, muchas personas creen que las afirmaciones distintivas de la verdad religiosa son la raíz de tanta violencia y sufrimiento en el mundo, ya que los creyentes de una tradición luchan con los de otras, y a veces, duran siglos. Si en esencia todas las religiones llevan al mismo destino, no hay una verdadera razón para el conflicto o las peleas.

Es irónico, pero esta fábula tiene un elemento que no se destaca en las interpretaciones tradicionales, pero que quizá sea la cuestión más importante de la historia.¿Cómo descubren los ciegos la verdad sobre su encuentro con el elefante? Se les revela desde arriba, el rajá sale al balcón y, desde su perspectiva trascendente y con la vista intacta, les comunica a los de abajo la totalidad de la experiencia. La pregunta más profunda y real que surge de la fábula  es: ¿donde está nuestro “Rajá”, que puede ver todo y revelarnos la verdad que no podemos percibir desde nuestra perspectiva limitada?

A menos que alguien desde arriba nos diga que todas las religiones son esencialmente iguales, no hay razón para llegar a esta conclusión, porque hay muchas pruebas en contra. Aunque es posible identificar creencias y prácticas comunes en las tradiciones, algunas de las diferencias son absolutas e irreconciliables.

“Monjes ciegos examinan un elefante”, impresión ukiyo-e por Hanabusa Itchō (1652 – 1724).

Comparemos, por ejemplo, lo que dicen el mormonismo, el budismo y el cristianismo sobre qué es lo real. Las escrituras mormonas enseñan que la realidad fundamental es material o física, y que incluso Dios y los espíritus son objetos cuya materia ha existido desde la eternidad. Los budistas mahayana creen que la realidad es un vacío (sunyata) o la inexistencia (nisvabhava): ningún dios, ninguna materia, ningún espíritu, ninguna identidad. Por el contrario, los cristianos ven la realidad suprema en Dios, el Ser eterno, personal y triuno que creó todas las cosas – físicas y no físicas- de la nada. Como se mire, son diferencias drásticas.

Una vez que se abordaron otras cuestiones , las ideas opuestas se multiplican. ¿Qué es un ser humano? ¿Por qué existimos? ¿Qué es el bien? ¿Por qué hay dolor y sufrimiento? ¿ Hacia donde se dirige la historia?  ¿Cómo alcanzo la salvación o la iluminación? Como estas preguntas eternas tienen discrepancias tan profundas, es lógico preguntarse si la unidad esencial de todas las religiones es solo un deseo noble o una esperanza infundada. Sin duda, si el “Rajá” no nos dice que es posible superar las contradicciones entre las grandes religiones, la noción de que todas son iguales parece totalmente insostenible.

Otra ironía sobre esta fábula es que hay excelentes razones para creer que, por cierto, hay un Rajá que le ha hablaba a la humanidad y ha dado la perspectiva trascendente y necesaria para conocer la verdad. Jesucristo es una figura radical en la historia de las grandes tradiciones religiosas, ya que es el único líder que afirmó ser el Dios eterno en forma humana. Él conoce el final desde el principio, así como los anhelos religiosos más profundos de las personas. Dijo en forma categórica que solo hay un Dios y una sola fuente de salvación: Jesucristo. Además (y esto es fundamental), Jesús no nos dejó una “fe ciega” como único medio para saber que Sus afirmaciones son verdaderas, sino que confirmó con objetividad la veracidad de Sus declaraciones mediante Su gloriosa resurrección de entre los muertos: el milagro central de la historia humana.

Sin duda, el Rey ha hablado desde lo alto. Todas las religiones no son iguales, y aunque el pecado nos enceguece, aún podemos escuchar las palabras del Salvador. El que tiene oídos, oiga la voz del Rey.


Este artículo está tomado de la “Biblia de Estudio de Apologética” (B&H Español, 2011), p.536. Usado con permiso.